lunes, 14 de septiembre de 2009

NO NOS DEJES CAER EN LA TENTACIÓN


Nunca se llega al pecado sin haber antes perdido la batalla frente a la tentación. ¡Sepamos reconocerla, y apartarnos de ella!

Muchas veces tenemos confusión al tratar de diferenciar entre el pecado y la tentación, resultando muy difícil poner racionalidad humana a la frontera entre ambos conceptos en el día a día. Sin embargo, son cosas muy distintas. Todos estamos expuestos a sufrir la tentación, ya que esto es parte de nuestra naturaleza humana impura. No nacimos libres de pecado, como Adán y Eva si lo fueron antes de perder la gracia de Dios y condenarnos a todos a vivir expuestos a la mancha del pecado.

Nuestra naturaleza de este modo se inclina, como una fuerza de gravedad inevitable, hacia la tentación de pecar. Pero esto es parte de la prueba a la que Dios nos somete, para poder purificar nuestras almas y ganarnos la entrada al Reino del Cielo.

Dios permite la existencia del mal, ya que éste es el modo en que nos da el libre albedrío necesario, la facultad de demostrarle que podemos vencer y llegar a la santidad, meta obligada de todo cristiano. ¡Venciendo la tentación!

Pero es importante entender que en la tentación intervienen tres partes, hay tres interesados:
1. El alma sometida a la tentación. La persona que enfrenta la tentación a veces coquetea con la misma como un niño que juega con un cuchillo, o como alguien que camina distraídamente al borde del precipicio. Consciente o inconsciente de que se juega con la condenación eterna, con el alejamiento definitivo de la Salvación, el alma convive con la tentación y facilita la caída en el pecado, como buscando el propio daño o la destrucción. Otras almas, conscientes del peligro, buscan permanentemente alejarse de la tentación en cuanto la misma (irreversiblemente frente a nuestra naturaleza de pecadores) se hace presente. Alejarse de la tentación es parte central del trabajo del alma, para evitar caer finalmente en el pecado.

2. Satán mismo. El príncipe de este mundo está muy interesado en la tentación, la promueve, la estimula. Su motivación es ver caer al alma en el pecado, en la condenación, para ver de este modo fracasada la obra de la Salvación. El maligno se regodea en que las almas convivan con la tentación, y finalmente caigan en el pecado. No siempre el demonio tiene que trabajar activamente en promover el mal, ya que muchas veces son las propias almas las que hacen su trabajo, viviendo activamente una vida de permanente juego entre la tentación y el pecado.

3. ¡Dios! La Santísima Trinidad también está muy interesada en la existencia de la tentación, ya que es el modo de someternos a la prueba, y de vernos salir vencedores. El hecho de que el alma enfrente la tentación y la venza, es la victoria más hermosa que el Cielo puede esperar. Es el éxito frente a la naturaleza humana, que nos empuja hacia abajo, logrando subir en nuestro estado de santidad, en nuestro camino de crecimiento espiritual.

De este modo, son varias las partes que intervienen en nuestro cotidiano proceso de enfrentar las debilidades de nuestra naturaleza humana, nuestra natural orientación hacia las debilidades de la carne, del exceso de racionalidad, de la falta de entrega a la Voluntad de Dios.

Es por eso que el propio Cristo nos enseñó a rezarle al Padre Eterno, pidiendo no nos dejes caer en la tentación.

El Señor quiere nuestra salvación, porque Él es el único Salvador. El maligno quiere nuestra condenación, y Dios permite su actuar como modo de someternos a nuestra prueba. Nuestra alma, mientras tanto, es la que tiene que optar, sujeta a su libre albedrío. Debemos no solo reconocer a la tentación cuando ésta se presenta, sino también debemos alejarnos inmediatamente de ella.

Nunca se llega al pecado sin haber antes perdido la batalla frente a la tentación. ¡Sepamos reconocerla, y apartemos a nuestra alma de ella!
Autor: Oscar Schmidt

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