miércoles, 1 de diciembre de 2010

¿EXISTEN LAS CASUALIDADES?


Para un pagano, desde luego que existen, para un cristiano decididamente no.

Pero lo triste es que muchos cristianos y cristianos católicos, la casualidad existe y no son conscientes de la trascendencia que tiene en su relación con Dios la admisión de la existencia de las casualidades. El abad cisterciense Eugene Boyland escribe que: Porque la verdad es que nada sucede aquí por casualidad; todo lo que tiene lugar contrariamente a nuestra voluntad; todo lo que se hace, incluso en desafío directo a los mandamientos de Dios; en suma, todo lo que ocurre, procede o depende de la voluntad de Dios, de la Providencia de Dios.

Aceptar la existencia de casualidades como fruto de lo que dispone la Providencia divina, es aceptable siempre que se reconozca la divina intervención en absolutamente todo lo que ocurre: "¿No se venden dos pajaritos por un as? Sin embargo ni uno de ellos cae en tierra sin la voluntad de vuestro Padre. Cuanto a vosotros, aun los cabellos todos de vuestra cabeza están contados. No temáis, pues valéis más que muchos pajaritos. (Mt 10,29-31). Aceptar las casualidades y creer en ellas como fruto del azar, del destino, o de las circunstancias es negar la omnipotencia divina y marginar la divina Providencia.

No existen casualidades en la vida de las personas, la sucesión de hechos y circunstancias que unas veces nos favorecen y otras nos perjudican están siempre dispuestas por la divina voluntad, que envía lo bueno y permite que ocurra lo malo, porque para Ella, lo que nosotros estimamos malo, el Señor entiende que nos conviene para la salvación de nuestra alma, que es en definitiva lo único que le interesa al Señor. Además no olvidemos que Él, siempre obtiene beneficio positivo del mal humano. Y esta intervención divina en nuestras vidas no se circunscribe solo al orden de lo material y mundano, sino también y lo que es más importante, a la vida interior de las personas tal como escribe el abad benedictino Benedikt Baur: Tampoco en las cosas de la vida interior hay casualidad o ciego destino”.

Tal como ya escribí en una glosa anterior, Dios solo tiene una obsesión con respecto a nosotros, y es la de atraernos hacia Él. Que se cumpla en todos y cada uno de nosotros, el fin para el que fuimos creados. Para ser eternamente felices integrados en el Amor supremo que es Él. El Señor desea, ante todo y sobre todas las cosas de este mundo, que a nosotros nos parecen tan importantes, que nos salvemos todos. Esto es, lo que se denomina la: “la voluntad salvífica universal de Dios. Por lo tanto a Dios, que ve todo lo que ocurre en este mundo de distinta forma de como nosotros la vemos, utiliza en nuestro favor, aunque nosotros no lo veamos ni lo comprendamos, lo que a su divino juicio, más nos interesa y más nos afecta, esencialmente los bienes materiales y también nuestros sufrimientos, que nos hemos ganado a pulso por nuestra estupidez y que Él no nos los desea, pero los permite como estímulos para nuestro bien.

Todos los males que Dios permite que nos sucedan, y todos los bienes que podamos recibir, son siempre estímulos para que nos acerquemos a más a Él. Pero este manejo, que Dios hace de los sufrimientos y de los bienes materiales que podamos llegar a obtener en nuestro favor, no suponen en ningún caso ni premio ni castigo. De igual forma que tampoco busca castigarnos aquí, cuando obtenemos males, tampoco busca nuestra recompensarnos en esta vida, cuando obtenemos bienes que hayan sido pedidos anteriormente o no: Él, lo que busca, es estimularnos con los bienes o con males, para que caminemos hacia Él. Prueba de lo anterior es la gran cantidad de conversiones que se dan, de personas convertidas tras sufrir un duro palo de la vida.

La aceptación de la casualidad, al margen de la omnipotencia del Señor, nos aboca hacia el fatalismo, que es la actitud que nos hace vivir como víctimas pasivas de las circunstancias exteriores que escapan a nuestro control. Y lo opuesto al fatalismo es la fe, donde hay fe, no puede haber fatalismo. Nadie está condenado o predestinado al infierno, allí solo van los que se emperran en ir, contra toda lógica humana, porque la humanidad, todos los individuos que constituyen la humanidad, personalmente están llamados a tener una especial y única relación con su Creador que es el Señor. Nuestra relación con Dios es única. Él, tiene una misión reservada para cada uno de nosotros, que solo la persona en cuestión puede desempeñar. Todo lo que nos ocurre constituye una oportunidad para desempeñar dicha misión, que probablemente no comprenderemos plenamente todo esto, hasta llegar al cielo, tal como escribe la M. Angélica.

Por ello, si nuestra vida es el cumplimiento de lo que Dios quiere de nosotros, nunca nos faltará la ayuda divina y seremos felices ya aquí abajo. Ahora bien, muy pocos son los que siguen desde su nacimiento este camino, todos nos emperramos, en caminar soltándonos de la mano que nos tiende el Señor y solo cuando tomamos conciencia de que nos hemos equivocado, al ver que nos hemos estrellado, es cuando acudimos en la búsqueda de esa mano amorosa que siempre está tendida hacia nosotros.

El secreto de nuestra fuerza y nuestra grandeza, solo consiste en que estemos vinculados a la cabeza de nuestro cuerpo místico al cual pertenecemos, que seamos sarmientos siempre fijos en la cepa y nos dejemos guiar y conducir por Él; en que no nos aislemos, no nos apoyemos en nosotros mismos, no nos abandonemos a una necia y orgullosa confianza en nosotros mismos. Porqué el Señor lo que nos pide, es que pongamos nuestra fe y nuestra esperanza en Él, que le amemos con todo nuestro corazón, que renunciemos a nuestra propia fuerza y nuestros necios planes por humildad y abandono y Él hará el resto.

Dejemos a un margen las casualidades de la vida que no existen, porque lo único que existe, es el Señor y nuestra fe en Él, si la tenemos y si ello es así, no olvidemos lo que un día le dijo a Santa Catalina de Siena, en una revelación privada: Tú ocúpate de Mí, que de ti ya me ocupo Yo. Y esta mismo pensamiento con distintas palabras se lo expresó también antes a Santa Teresa de Jesús, tal como ella lo cuenta: “…, a esta a quién hablamos se le presentó el Señor, acabando de comulgar, con forma de gran resplandor y hermosura y majestad, como después de resucitado, y le dijo que era ya tiempo de que sus cosas tomase ella por suyas, y Él tendría cuidado de las suyas, y otras palabras que son más para sentir que para decir”.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo

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