jueves, 2 de diciembre de 2010

SIMPLICIDAD


El término simplicidad, mentalmente siempre nos trae unas ciertas connotaciones peyorativas.

Pensamos que lo simple carece de valor, solo lo complicado en su concepción o creación, funcionamiento o dominio es lo que pensamos que tiene valor. Y sin embargo nos equivocamos de medio a medio, y nos equivocamos porque nuestro juicio, nuestra mente más piensa y juzga desde un ángulo material que desde un ángulo espiritual. En nosotros la materia lo domina, lo avasalla todo y arrincona a nuestro espíritu.

Pero no nos debemos de olvidar la realidad de que Dios es por excelencia algo muy simple, es tal como nos lo manifiesta el apóstol San Juan: Es amor sencillamente amor y nada más que amor y de esta esencia de lo que es Dios emana todo. Fue Santa Teresa de Lisieux, una carmelita descalza, que en su joven candor y sencillez, fue la que mejor supo comprender que Dios es simplemente amor, y que a Él, solo se puede llegar por medio del amor. El amor es la fuerza suprema, no existe ninguna otra superior a ella, y esto es así, sencillamente porque Dios es amor y nada más que amor.

Las virtudes humanas y los sacrificios, que tan importantes eran en otras épocas del cristianismo para santificarse, ahora siguen siéndolo, pero más que un medio para alcanzar a Dios son la consecuencia de su amor, de estar uno situado en el camino para llegar a Él. Porque el que ama de verdad, en él, el ejercicio de las virtudes es una consecuencia lógica de su amor al Señor y gustosamente está siempre dispuesto a la penitencia y al sufrimiento por amor a su Amor, que es el Señor. Para Santa Teresa, no se llega al amor por el espíritu de sacrificio, sino que se llega al espíritu de sacrificio por el amor. Ella, rechaza el valor de los padecimientos como algo que podamos o tengamos que presentar a Dios; para ella el Evangelio no es una religión llena de dolor y sufrimiento: aunque se intente dar un sentido al mal o al dolor. Y sin embargo ella sufrió hasta el punto de escribir: He llegado a no poder sufrir, porque me es dulce todo padecimiento por amor a Dios”.

Jan Van Ruusbroec (Rusbroquio), hace ya más de cuatro siglos, escribía: “Dios es simplicidad en su esencia, claridad en su inteligencia, amor universal y desbordante en su actividad. Cuanto más nos parezcamos a Él, en este triple aspecto, más unidos estaremos con Él”.

Pero en el examen de la simplicidad divina, quien con más claridad ha escrito, ha sido el teólogo dominico Antonio Royo Marín que nos dice: “El alma es espiritual, porque es independiente de la materia; y es absolutamente simple, porque carece de partes. Un ser absolutamente simple es necesariamente indestructible, porque lo absolutamente simple no se puede descomponer. La palabra descomposición, significa sencillamente desintegrar en sus elementos simples una cosa compuesta. Luego si llegamos a un elemento absolutamente simple, si llegamos a lo que podríamos denominar átomo absoluto, habríamos llegado a la absolutamente indestructible. Y no me refiero al átomo físico, dentro del cual la moderna ciencia ha descubierto todo un sistema planetario. Pero cuando se llega al átomo absoluto que quizás no pueda darse en lo puramente corporal se ha llegado a lo absolutamente indestructible. Sencillamente porque no se puede descomponer en elementos más simples. Aquí solo cabe la aniquilación en virtud del poder infinito de Dios. Este es el caso del alma humana que por el hecho mismo de ser espiritual es absolutamente simple, es como un átomo absoluto del todo in descomponible y por consiguiente es intrínsecamente inmortal”.

La sencillez es la atmósfera de Dios. Y ello se refleja en distintos pasajes y recomendaciones del Señor. Así en los Evangelios, podemos leer: “Os envío como ovejas en medio de lobos; sed, pues, prudentes como serpientes, y sencillos como palomas”. (Mt 10,16). Y también: En verdad os digo, si no os volveréis y os hiciereis como niños, no entrareis en el reino de los cielos. Pues el que se humillare hasta hacerse como un niño de estos, ese será el más grande en los reinos de los cielos. (Mt 18,1-3).

La sencillez, simpleza y el candor son siempre valores apreciados por el Señor. En aquel tiempo, tomando Jesús la palabra, dijo: Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”. (Mt 11,25-27). También San Pablo elogia la sencillez al poner de relieve que: “Ha escogido Dios más bien lo necio del mundo para confundir a los sabios. Y ha escogido Dios lo débil del mundo, para confundir lo fuerte. (1Cor 1,27).

Elogia Thomás Merton, la simplicidad cuando nos clasifica a las personas en relación a nuestra actitud ante Dios en tres categorías: “Algunos viven para Dios, algunos viven con Dios, otros viven en Dios. Quienes viven para Dios, viven con otras gentes, y viven en las actividades de su comunidad. Su vida es lo que hacen. Quienes viven con Dios también viven para Él, pero no viven en lo que hacen para Él, viven en lo que son ante Él, Sus vidas lo reflejan mediante su propia simplicidad y mediante la perfección de su ser reflejada en su pobreza. Quienes viven en Dios no viven con otros hombres o en sí mismos, ni todavía menos en lo que hacen pues Él hace todas las cosas en ellos.

Es decir, pesemos que a cada tipo de vida o nivel de vida espiritual, le corresponde una clase de oración en sus relaciones con Dios y solo la las personas clasificadas por Merton en tercer lugar les corresponde la llamada oración de simplicidad, llamada también oración del corazón u oración contemplativa simple, que es un misterio de amor divino, de vocación personal y de don gratuito, que obtendremos si hemos sido capaces en esta vida de alcanzar un desapego o vacío, de forma que en nuestro más íntimo total. Esto y solo esto, consigue el verdadero vacío, en el que ya nada queda de nosotros mismos ni siquiera en lo más Íntimo de nuestros ser, porque habremos dado ya paso, a la entrada del Señor en nuestro corazón.

En esa situación seremos enormemente simples, porque, tal como explica el Abad Baur, el santo amor de Dios simplifica enormemente tanto la vida exterior como la vida interior del hombre. Dios como espíritu puro es esencial e infinitamente simple; el amor que nos une con Dios nos hace semejantes a Él y nos comunica su santa simplicidad. Hace sencilla nuestra inteligencia, nuestros juicios, y criterios y nuestras aspiraciones. (…). Lo que antes amábamos, conversaciones, lecturas, etc… se nos vuelve cada vez más insípido. Coartamos nuestro trato y comercio con los hombres. El amor propio se bate en retirada en todos los frentes.

Solo deseo para todo el mundo, que seamos capaces de alcanzar la Santa indiferencia que se genera, cuando se alcanza la simplicidad divina al entregarse incondicionalmente a la divina voluntad...

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo

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