jueves, 14 de julio de 2011

LOS DOS REINOS



El género humano, después de apartarse miserablemente de Dios, creador y dador de los bienes celestiales, por envidia del demonio, quedó dividido en dos reinos contrarios, de los cuales el uno combate sin descanso por la verdad y la virtud, y el otro lucha por todo cuanto es contrario a la virtud y a la verdad.

El primero es el reino de Dios en la tierra, es decir, la Iglesia verdadera de Jesucristo. Los que quieren adherirse a ésta de corazón y como conviene para su salvación, necesitan entregarse al servicio de Dios y de su unigénito Hijo con todo su entendimiento y toda su voluntad.

El otro es el reino de Satanás. Bajo su jurisdicción y poder se encuentran todos los que, siguiendo los funestos ejemplos de su caudillo Satanás y de nuestros primeros padres, se niegan a obedecer a la ley divina y eterna y emprenden multitud de obras prescindiendo de Dios o combatiendo contra Dios, y todo lo que le representa. (*)

Con aguda visión ha descrito Agustín estos dos reinos como dos ciudades de contrarias leyes y deseos, y con sutil brevedad ha compendiado la causa eficiente de una y otra en estas palabras: “Dos amores edificaron dos ciudades: el amor de sí mismo hasta (1) el desprecio de Dios, edificó la ciudad terrena; el amor de Dios hasta el desprecio de sí mismo, (2) la ciudad celestial (San Agustín "De Civitate Dei", XIV, 28). Durante todos los siglos han estado luchando entre sí con diversas armas y múltiples tácticas, aunque no siempre con el mismo ímpetu y ardor. En nuestros días, todos los que favorecen el reino peor parecen conspirar a una y pelear con la mayor vehemencia bajo la guía y con el auxilio de la masonería (iglesia de Satanás) sociedad extensamente dilatada y firmemente constituida por todas partes. No disimulan ya sus propósitos.

Se levantan con suma audacia contra la majestad de Dios. Maquinan abiertamente la ruina de la santa Iglesia con el propósito de despojar enteramente, si pudiesen, a los pueblos cristianos de los beneficios que les ganó Jesucristo nuestro Salvador. Deplorando estos males, la fraternidad nos urge y obliga a clamar repetidamente a Dios: Mira que bravean tus enemigos y yerguen la cabeza los que te aborrecen, tienden asechanzas a tu pueblo y se conjuran contra tus protegidos. Dicen: «Ea, borrémosles del número de las naciones» Salmo 83 (82) 2-4.

Ante un peligro tan inminente, en medio de una guerra tan despiadada y tenaz contra el cristianismo, es un deber señalar este peligro, descubrir a los adversarios, resistir en lo posible sus tácticas y propósitos, para que no perezcan eternamente aquellos cuya salvación nos está confiada, y para que no sólo permanezca firme y entero el reino de Jesucristo, cuya defensa debemos tomar, para que se dilate todavía con nuevos elementos por todo el orbe.

(*) Retirada de imágenes y crucifijos.
(1) Amor propio herido y el egoísmo.
(2) Amor, amistad verdadera y altruismo santo.

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