miércoles, 20 de julio de 2011

MÁS ALLÁ DE ESTA VIDA



¿Quién no se ha preguntado nunca, que es lo que nos espera en el más allá?

Honradamente pienso que nadie, porque ni siquiera aquellos que dicen que no hay nada y que morimos como un perro o una vaca, son sinceros en sus manifestaciones, pues no existe el ateo monolítico, es decir, aquel que nunca ha tenido dudas de su firme convicción, de que más allá, no hay nada. La duda siempre le acosa al ateo. Al igual que con signo contrario a los creyentes, o ahora nos acosa la duda o en algún momento de nuestra vida nos ha acosado, porque el maligno es lo suficientemente inteligente para acosarnos, a todos por este flanco.

No vamos a examinar las razones de los no creyentes. ¡Allá ellos con sus problemas! bastante tenemos nosotros con los nuestros, porque creer es luchar, y si el que no cree, piensa que así no tiene que luchar, ¡va aviado! Nuestra plataforma de lucha se centra en tres virtudes fundamentales: Fe, Esperanza y Caridad, es decir, entendida la Caridad como amor sobrenatural, no como amor fraternal. Las tres crecen y decrecen en el alma humana al unísono, pero para mí que una de ellas va siempre a remolque de las otras dos. Me refiero a la Esperanza. Continuamente le pedimos a Dios, Fe mucha Fe, y mucho amor, pero pocas veces nos acordamos de la Esperanza y es indudable que nuestros pensamientos fomentando la esperanza, fortalecen nuestra Fe y nuestro Amor al Señor. Por ello es bueno que pensemos en lo que nos espera en el cielo. Podríamos hablar de lo que por deducción lógica hay en el infierno, pero ya hablaremos otro día de esto, pues no quiero fomentar en mí ni en nadie, el deseo de ir a este sitio al que más de uno se pasa la vida comprando números de esta lotería del infierno, para que ver si le toca y puede ir allí.

El Catecismo de la Iglesia católica, en su parágrafo 1.042, nos dice sobre el cielo, que: Esta vida perfecta con la Santísima Trinidad, esta comunión de vida y de amor con ella, con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama "el cielo". El cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha. Pero como es lógico, nosotros deseamos saber más.

Son varias las referencias bíblicas en el N. T. a este tema, quizás la más conocida es la manifestada pos San Pablo, que nos dejó dicho: Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni la mente del hombre, pudo imaginar, cuales cosas tiene Dios preparadas para los que le aman (1Co 2,9). Estas palabras tienen un sentido muy genérico y sin restarles su gran valor, creo que son más importantes las manifestaciones del Señor.

Para mí hay tres principales referencias evangélicas, del Señor que son: La primera: Y todo el que dejare hermanos o hermanas, o padre o madre, o hijos o campos, por amor a mi nombre, recibirá el céntuplo y heredara la vida eterna. Y muchos primeros serán los postreros, y los postreros, primeros (Mt 19,29-30).

En la segunda, nos dice: "Que no se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre, hay muchas moradas; si no fuera así os lo diría, porque voy a prepararos el lugar. Cuando yo me haya ido y os haya preparado el lugar, de nuevo volveré y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy, estéis también vosotros (Jn 14,1-3).

Pero para mí la más importante es la tercera, que forma parte de la llamada Oración sacerdotal, pronunciada en la última cena y que dice: Y yo por ellos me santifico, para que ellos sean santificados en verdad. Pero no ruego solo por éstos, sino por cuantos crean en mí por su palabra, para que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, para que también ellos sean en nosotros, y el mundo crea que Tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que Tú me diste, a fin de que sean uno, como nosotros somos uno. Yo en ellos y Tú en mí, para que sean perfectamente uno y conozca el mundo que Tú me enviaste y amaste a éstos como me amaste a mí. Padre los que tú me has dado, quiero que donde esté yo estén ellos también conmigo, para que vean mi gloria que tú me has dado, porque me amaste antes de la creación del mundo. Padre justo, si el mundo no te ha conocido, yo te conocí, y estos conocieron que tú me has enviado, y yo les di a conocer tu nombre, y se lo haré conocer, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos (Jn 17,19-26).

Estas palabras de la oración sacerdotal, son para mí el principal alimento de mi Esperanza. Aquí el Señor, claramente nos dice que seremos integrados en la gloria de Dios, que seremos deificados, y en razón de ello podemos meditar estas palabras: Yo les he dado la gloria que Tú me diste, a fin de que sean uno, como nosotros somos uno. Yo en ellos y Tú en mí, para que sean perfectamente uno. Es claro seremos uno en la gloria de Dios. Y…. ¿cómo se podrá realizar esto? El Beato Juan Pablo II que como sabemos, hizo su tesis doctoral sobre San Juan de la Cruz, usa un símil tomado del santo del Carmelo y dice: Según San Juan de la Cruz, el amor de Dios es transformante, es como los rayos del sol que dan luminosidad a los cristales de una vidriera. Cuando los rayos solares chocan con la vidriera limpia y transparente, le comunican a esta su propia claridad, su influjo luminoso, sus específicas cualidades. Y si la vidriera fuese absolutamente pura, absolutamente transparente, el sol entonces le comunicará sus cualidades haciendo a la vidriera trans-luminosa, lucirá con la misma luz que luce el sol, tanto que esa luz, se la confundirá con la del sol, aunque no se haya transformado la vidriera en sol, ya que no ha perdido su naturaleza de vidriera, distinta evidentemente de la naturaleza del sol… He aquí a través de este espléndido símil, toda la teología de la comunicación sobrenatural por gracia y amor y la transformación participada…. El alma queda esclarecida y transformada en Dios y Dios le comunica su ser sobrenatural. De tal manera que parece el mismo Dios y tiene lo que tiene el mismo Dios. Y se hace tal unión, cuando Dios hace al alma esta sobrenatural merced, que todas las cosas de Dios y el alma son unas en transformación participante; y el alma más parece Dios que alma, y aún es Dios por participación. Aunque es verdad que su ser naturalmente tan distinto se le tiene del de Dios, como antes, aunque está transformada”. (Wojtyla, Karol. "La fe según san Juan de la Cruz).

Lo que queda aquí bien claro para considerar, es que cuanto mayor sea la limpieza de nuestro cristal, porque más perfectos, puros y con más amor acudamos a la llamada del Señor, cuando abandonemos esta vida, mayor será nuestra gloria futura en el cielo.

En la reflexión de estos pensamientos o ideas, hay que tener siempre presenta que la esencia, la naturaleza de Dios, es el amor y nada más que el amor. Dios es un espíritu puro de amor. Por ello para San Agustín, el amor dentro del misterio trinitario es su esencia, el Padre es el amante, el Hijo el amado y el Espíritu Santo, es el amor. Al admitir esto, al ser esto así, nuestra participación en el misterio Trinitario, es siempre por medio del Hijo. La frase del señor en la oración sacerdotal, no admite dudas: Y yo por ellos me santifico, para que ellos sean santificados en verdad. Pero no ruego solo por éstos, sino por cuantos crean en mí por su palabra, para que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, para que también ellos sean en nosotros, y el mundo crea que Tú me has enviado”. Es decir, todo aquel que crea en la palabra de Cristo, será uno con el Padre, como Cristo lo es con Él. Quedará integrado en el misterio Trinitario.

Y más adelante vuelve el Señor a recalcar las palabras anteriores diciendo: "Padre justo, si el mundo no te ha conocido, yo te conocí, y estos conocieron que tú me has enviado, y yo les di a conocer tu nombre, y se lo haré conocer, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos

Pero el proceso de deificación del hombre tiene sus limitaciones. Según el testimonio de San Juan, Dios nos adopta como hijos suyos, y de una manera mucho más perfecta que la adopción humana legal. Los hombres pueden sin duda transmitir a sus hijos adoptivos su nombre y sus bienes, pero no su sangre y su vida. Esta vida divina en nosotros no es más que una participación, una semejanza, una asimilación de esa vida que hace de nosotros no dioses, sino seres deiformes o semejantes a Dios.

Para Nemeck: Toda criatura proviene de Dios, es para Dios y (salvando las diferencias propias) es capaz de ser transformada en Dios. Pero ni es ni jamás llegará a ser Dios”.

Hay un texto del Abad Arminjón, que impactó a Santa Teresa de Lisieux y explica, que Dios agradecido al que le ha permanecido fiel, le dice: Ahora es mi turno. El don con que mis amigos se han ofrecido a sí mismos, ¿de qué otra manera puedo corresponderles si no es haciendo donación de mí mismo sin medida alguna. Sería mucho que yo pusiese el cetro de la creación en sus manos, que los revistiese con los raudales de mi luz; será mucho más de lo que ellos se hubiesen atrevido a esperar o desear. Pero no será el último impulso de mi corazón, les debe más que el paraíso, más que todos los tesoros de la ciencia. Les debo mi vida mi naturaleza, mi Ser eterno e infinito. Por eso es necesario que Yo sea el alma de su alma, que penetre a través de ellos y los imbuya de mi divinidad, así como el fuego penetra en el hierro”.

Termino esta glosa con la opinión de San Juan de la Cruz, sobre este tema, expresada en el libro de la Subida al monte Carmelo: Por esta unión -unión sustancial- les está conservado el ser que tienen. De tal manera que si Dios se separase de ellas caerían en la nada y dejarían de existir. Tratamos de la unión y transformación del alma con Dios – no de la unión sustancial -. Esta no siempre está hecha, sino solo cuando hay semejanza de amor. Este es el nombre de tal unión: unión de semejanza. La unión de semejanza es sobrenatural. La sustancial es natural. La unión de semejanza o sobrenatural se da cuando las dos voluntades, la del alma y la de Dios, coinciden, sin que haya en una algo que contradiga a la otra. Y así cuando el alma quite de sí totalmente lo que contradice y no está de acuerdo con la voluntad divina, quedará transformada en Dios por amor. San Juan de la Cruz.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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