jueves, 29 de septiembre de 2011

EFECTOS DEL EXORCISMO



Cuando la persona tenía negatividades, incluso cuando éstas manifestaran signos particulares durante el exorcismo, el sujeto a menudo ha obtenido provecho de éste.

Generalmente no se tiene en cuenta el día en que se ha practicado el exorcismo: puede provocar bienestar o malestar, atontamiento o somnolencia, aparición de hematomas o desaparición de dolores; estas cosas carecen de importancia.

En cambio, es importante evaluar las consecuencias a partir del día siguiente. En algunos casos uno se encuentra mal durante un día o dos y luego está mejor durante un determinado período; en general, siente de inmediato una mejora que puede durar pocos o muchos días, según la gravedad del mal. Si uno no ha manifestado ningún signo de negatividad durante la bendición y si no siente ningún efecto después, la mayoría de las veces quiere decir que no tiene ninguna negatividad; sus trastornos obedecen a otras causas. Pero el exorcista puede sugerir que se practique otra bendición si tiene motivos para sospechar que el demonio puede estar escondido.

Además, es interesante prestar atención a qué ocurre en las bendiciones siguientes, ya sea como comportamiento durante el exorcismo, ya sea las consecuencias de éste. Puede suceder que desde la primera vez la influencia maléfica haya mostrado toda su fuerza, sea ésta poca o mucha.

Entonces se nota cómo progresivamente se atenúan los fenómenos. Otras veces, en cambio, es como si el trastorno maléfico tratara de ocultarse y sólo poco a poco emergiera en toda su extensión; después empieza la fase regresiva. Recuerdo, por ejemplo, a un joven que durante el primer exorcismo había presentado sólo algunos pequeños signos de negatividad; en el segundo exorcismo comenzó a aullar y a agitarse. Aunque el caso se presentaba más grave que muchos otros, bastaron pocos meses de exorcismos para llegar a la liberación.

Para el buen éxito es fundamental la colaboración del paciente. Suelo decir que el efecto de los exorcismos influye en un diez por ciento sobre el mal; el otro noventa por ciento debe ponerlo el interesado. ¿De qué manera? Con mucha oración, con la frecuencia en los sacramentos, con una vida conforme a las leyes del Evangelio, con el uso de los sacramentales (hablaremos aparte del agua, el aceite y las sales exorcizados), haciendo rezar a otros (es muy eficaz la oración de toda la familia, o de comunidades parroquiales o religiosas, de grupos de oración...), haciendo celebrar misas.

Son muy útiles las peregrinaciones y las obras de caridad. Pero sobre todo se necesita mucha oración personal, mucha unión con Dios, de modo que la oración se vuelva habitual. A menudo tengo que vérmelas con personas más bien alejadas de las prácticas religiosas; he encontrado utilísima la integración activa en una parroquia o en los grupos de oración, particularmente en los de la Renovación.

Para demostrar la necesidad de la colaboración suelo hacer una comparación con la droga; es algo muy distinto, pero con lo que todos están familiarizados. Todo el mundo sabe que un drogadicto puede curarse, pero con dos condiciones: debe ser ayudado (integrándose en una comunidad terapéutica o de otro modo), pues por sí solo no puede conseguirlo. Y debe colaborar activamente con su esfuerzo personal, de lo contrario, toda ayuda es inútil. En nuestro caso la ayuda personal viene dada por los medios que hemos indicado. Y si bien el fruto directo de los exorcismos, la liberación, es bastante lento, en compensación he presenciado rápidas conversiones: familias enteras comprometidas en una práctica cristiana intensamente vivida, con plegaria común (muy a menudo el rosario). He visto cómo se superaban obstáculos para la curación con decidida generosidad: a veces el obstáculo era una situación matrimonial irregular; otras, el impedimento tenía su origen en no lograr perdonar las afrentas recibidas o no reconciliarse con personas, en general parientes cercanos, con las que se había roto toda relación.

Hay que mencionar de modo especial, por su eficacia, uno de los más duros preceptos evangélicos: el perdón dado a los enemigos. En nuestro caso, los enemigos están representados la mayoría de veces por las personas que han hecho el maleficio y que, a veces, siguen haciéndolo. Un sincero perdón, la oración por ellas, la celebración de misas en su favor, son los medios que han desbloqueado una situación y acelerado la curación.

Entre los efectos del exorcismo debemos también incluir la curación de males y enfermedades que en ocasiones se presentaban como incurables. Puede tratarse de dolores inexplicables en distintas partes del cuerpo (sobre todo, repetimos, en la cabeza y el estómago) o de enfermedades concretas, exactamente diagnosticadas clínicamente pero no curadas por los médicos, o consideradas incurables. El demonio tiene el poder de provocar enfermedades. El Evangelio nos habla de una mujer a la que el demonio mantenía encorvada desde hacía dieciocho años (deformación de la espina dorsal); Jesús la curó expulsando al demonio; también fue curado del mismo modo un sordomudo que lo era por causa maléfica.

. Otras veces.
Jesús curó a sordos y mudos cuyas enfermedades no eran el resultado de presencias maléficas. El Evangelio es muy preciso al distinguir a los enfermos de los endemoniados, aunque pueda haber algunas consecuencias idénticas.

¿Cuáles son los enfermos más graves? ¿Los más difíciles de curar?
Según mi experiencia, son los que han recibido hechizos de particular gravedad. Recuerdo, por ejemplo, algunas personas que habían recibido hechizos en Brasil (los llaman «macumbas»); he bendecido a otras personas que habían recibido hechizos de brujos africanos. Todos ellos eran casos dificilísimos. Añado los hechizos sobre familias enteras, con el fin de destruirlas; a veces uno se encuentra en situaciones tan complejas, que no sabe por dónde empezar. También son de curación lentísima aquellos casos en que las personas se ven periódicamente afectadas por nuevos hechizos: el exorcismo es más fuerte que el hechizo, por lo que la curación no puede ser bloqueada, pero puede ser retrasada, incluso durante mucho tiempo.

¿Quiénes resultan más afectados? No dudo en decirlo: los jóvenes.
Basta con reflexionar sobre las causas de culpabilidad que hemos indicado como ocasiones ofrecidas al demonio para actuar contra una persona y vemos cómo hoy, debido a la falta de fe y de ideales, los jóvenes son los más expuestos a «experiencias» desastrosas. También los niños están muy expuestos, no por culpa personal, sino por su debilidad. Muchas veces, al exorcizar a personas incluso de edad madura, descubrimos que la presencia demoníaca se remontaba a la primera infancia, o al momento del nacimiento o, antes aún, durante la gestación.
Con frecuencia me han hecho notar que bendigo a más mujeres que hombres. Y esto ocurre en todos los exorcismos. No es un error pensar que la mujer se ve más fácilmente expuesta a las acometidas del maligno.

Hombres y mujeres no están expuestos del mismo modo. También es verdad que son mucho más numerosas las mujeres dispuestas a recurrir al exorcista para hacerse bendecir. Muchos hombres, aunque saben con seguridad que están afectados, no quieren ni oír hablar de acercarse a un sacerdote. Y he tenido más casos de hombres que de mujeres a quienes he pedido que cambiaran de vida y se han negado. Naturalmente, no han vuelto a verme, aunque eran conscientes de su mal. El mayor obstáculo era pasar de un práctico ateísmo a una vida de fe vivida, o de una vida de pecado a una vida de gracia.

No oculto que la curación de este mal exige verdaderamente mucho, en cuanto a intensidad de vida cristiana. Pero creo que éste es precisamente uno de los motivos por los que Dios lo permite. Muchas veces me lo han dicho las mismas personas afectadas: su fe era muy lánguida y la vida de oración casi extinta. Si se han acercado a Dios, muchas veces incluso con un intenso apostolado, han reconocido que lo debían al mal que las había afectado. Estamos apegados a la tierra y a esta vida mucho más de lo que suponemos; el Señor, en cambio, mira más allá, mira a nuestro eterno bien”.

El exorcista, por su parte, a medida que avanza en las bendiciones, no se conformará con instar al paciente a la oración y a todos los demás medios a los que hemos aludido, sino que buscará todos los medios posibles para irritar, debilitar y destrozar al demonio. Ya el Ritual dice que hay que insistir en aquellas expresiones ante las que el demonio reacciona más: cambian de una persona a otra y de una ocasión a otra. Pero es bueno recurrir a otras ayudas. Para algunos es insoportable sentir cómo le rocían con agua bendita; a otros les exaspera el soplido, que es un medio usado desde la época patrística, como refiere Tertuliano; otros no soportan el olor del incienso, por lo que es útil usarlo; para otros es doloroso el sonido del órgano, de la música sacra y del canto gregoriano. Son medios auxiliares cuya eficacia hemos experimentado.

Y el demonio ¿cómo se comporta a medida que se en los exorcismos?
Añadiré algo más a cuanto ya queda dicho al respecto. El demonio sufre y hace sufrir. El sufrimiento que siente durante los exorcismos es algo inimaginable. Un día el padre Candido le preguntó a un demonio si en el infierno había fuego y si era un fuego que quemaba mucho. El demonio le respondió: «Si supieras qué fuego eres tú para mí, no me harías esta pregunta». Desde luego, no se trata del fuego terrenal, provocado por la combustión de material inflamable. Vemos cómo el demonio arde en contacto con cosas sagradas como crucifijos, reliquias y agua bendita.

También a mí me ha ocurrido varias veces que el demonio me dijera que sufría más durante las bendiciones que en el infierno. Y cuando le pregunto: «Entonces ¿por qué no te vas al infierno, responde: «Porque a mí lo único que me importa es hacer sufrir a esta persona». Aquí se percibe la verdadera perfidia diabólica: el demonio sabe que no obtiene ningún provecho, es más, que por cada sufrimiento que causa aumenta su castigo en pena eterna. Sin embargo, incluso a costa de salir maltrecho, no renuncia a hacer el mal por el mero placer de hacerlo.

Los nombres mismos de los demonios, como ocurre con los ángeles, indican su función.

Los demonios más importantes tienen nombres bíblicos o dados por la tradición: Satanás o Belcebú, Lucifer, Asmodeo, Meridiano, Zabulón... Otros nombres indican más directamente el objetivo que se proponen: Destrucción, Perdición, Ruina... O bien indican males concretos: Insomnio, Terror, Discordia, Envidia, Celos, Lujuria...

Cuando salen de un alma, la mayoría de veces los demonios están destinados al infierno, a veces quedan atados en el desierto (véase en el libro de Tobías la suerte de Asmodeo, encadenado en el desierto por el arcángel Rafael). Yo siempre les obligo a ir a los pies de la cruz, para recibir su destino de mano de Jesucristo, único juez.

Publicado por Wilson

1 comentario:

victor adolfo dijo...

¡Jesucristo! Señor Nuestro: yo te pido por todos los Ministerios de Exorcismo de la Santa Iglesia Católica.