miércoles, 28 de noviembre de 2012

EL «JESÚS DE NAZARET» DEL PAPA: SERVICIO A LA FE Y A LA VERDAD



Esta trilogía cristológica del actual Papa se integra en el acervo cultural y religioso más preciado, preciso y precioso, junto a obras ya clásicas sobre Jesucristo.

«Finalmente puedo entregar a las manos de los lectores el libro prometido desde hace largo tiempo sobre los relatos de la infancia de Jesús. No se trata de un tercer volumen sino algo así como una antesala a los dos volúmenes precedentes sobre la figura y el mensaje de Jesús de Nazaret». Con estas palabras presenta Benedicto XVI el tercer tomo de su Cristología, su obra más querida y esperada. La comenzó a escribir hace nueve años, antes de ser Papa. Por ello, en la autoría de la obra aparece también con su nombre, como Joseph Ratzinger, quien, al calzar, en abril de 2005, las sandalias del Pescador, pensó – todos pensamos - si su proyecto podría llegar finalmente a término… Felizmente ha así. Y disponemos, con los tres tomos, de unas novecientas páginas, según las ediciones en español, de lo que podríamos denominar gráfica y coloquialmente el «Evangelio según Joseph Ratzinger-Benedicto XVI».

Y es que, en efecto, la aportación de esta trilogía cristológica del actual Papa se integra en el acervo cultural y religioso más preciado, preciso y precioso, junto a obras ya clásicas sobre Jesucristo escritas, décadas atrás – no por hacer más amplia y pretérita la lista -, por Papini, Adam, Willam, Daniel-Rops, Guardini o nuestro José Luis Martín Descalzo.

Y aún más y como el mismo autor ha ido subrayando en las introducciones de cada uno de los tres libros en cuestión, este «Jesús de Nazaret» busca contribuir a superar el «rasgamiento», la ruptura, la dicotomía que algunos teólogos y escritores habían ocasionado entre el Jesús de la historia y el Cristo de la fe. Y como ha escrito el padre Federico Lombardi, portavoz de la Santa Sede, el teólogo Ratzinger y el pastor Benedicto XVI «se ha comprometido a guiar a cada uno de nosotros, y por lo tanto a la Iglesia, para superar esta separación (ficticia y nociva) y así volver a darnos el gusto sereno y profundo de la amistad personal con Jesús», con el único y total Jesucristo. Y esto – añade Lombardi - «es un servicio más fundamental y más urgente que muchos otros en el gobierno de la Iglesia. Porque él, el Papa, es, antes que nada, responsable de la fe de la Iglesia». De ahí, pues, el agradecimiento, el reconocimiento y la interpelación que su obra ha de merecernos. Y de ahí también, el gran valor, mérito y servicio de este memorable y ya completo «Jesús de Nazaret».

Su tercer tomo, «La infancia de Jesús», nos llega además en el momento más oportuno: en las vísperas mismas del Adviento, como ayuda, pues, inestimable para preparar y celebrar después la Navidad, la verdad de la Navidad, uno de los misterios capitales de nuestra fe.

Y como servicio a la verdad de la Navidad, Benedicto XVI recuerda en «La infancia de Jesús» la obviedad que, según relatos evangélicos –esto es, las fuentes mismas de la historia- en el momento del nacimiento del Señor estaban tan solo María, su madre, y José. Y aunque pudiera parecer mentira o de chiste, la polémica ha estallado a propósito de que el Papa no cita en este tan sagrado momento la presencia del buey y de la mula...

«Desde hace dos mil años todos sabemos que los evangelios no hablan del buey y la mula», declaró en rueda de prensa monseñor Martínez Camino. El secretario general de la CEE remitió al texto del profeta Isaías «el buey conoce a su amo y el asno el pesebre de su señora, en cambio Israel no conoce a su señor». En el siglo II, los padres de la Iglesia, como San Justino, interpretaron este pasaje de Isaías y consideraron que en el momento del nacimiento de Cristo Israel sí reconocía a su señor, por lo que «junto al pesebre estarían el buey y la mula». En el siglo XIII, cuando San Francisco de Asís recreó el Belén y comenzó la hermosísima y riquísima tradición belenista, sí incluye a estos dos animales «como símbolo de que ahora el nuevo Israel - la Iglesia - sí conoce a su señor», explicó el prelado, quien, por el simbolismo citado –las expectativas del Antiguo Testamento se cumplen en Belén-, recomendó mantener la tradición de colocarlos en el Belén. Y esto es todo y lo demás ganas de banalizar la información y de buscar polémicas absurdas.

Autor: Jesús De Las Heras

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