lunes, 5 de noviembre de 2012

¿QUIERES DEJAR LA FE? ¡TE ACOMPAÑO!



A lo mejor en la frescura, reconocemos el soplo constante del Espíritu en nuestra vida.

Lo digo en serio y de todo corazón. Nadie mejor que un cura, probablemente, para hacer este camino contigo. Y hacerlo con salud e integridad. ¿Razones? Porque nadie mejor que él sabe lo dura que puede llegar a ser la vida en la fe, ni lo difícil que es creer. Ayer mismo se lo decía a un amigo que en confianza me decía que estaba perdiendo fe y vocación, y casi todo lo importante que había en su vida.

Con la cantidad de personas que se definen a sí mismas como no creyentes o que quieren abandona la fe, y de hecho dejan de ir a la Iglesia y de sentirse parte de ella, creo que me desbordaría el trabajo por todos lados. Aunque no sé si a ellos les importaría que caminase a su lado. La verdad. Pero me resulta un viaje apasionante, muy humano, también muy de Dios incluso. Como para mostrarle al hombre que no hay distancia que sea insalvable en la fe, que por mucho que queramos distanciarnos de las grandes preguntas y de las grandes respuestas, estarán ahí. Es más, en ese viaje fuera de las ciudades y de las estructuras creadas, quizá encontremos esa especie de atalayas o de profundidades marinas en las que todo cobra un nuevo realce y una nueva frescura. Iría con ellos, sinceramente, más allá de los presupuestos y de las ideas, me atrevería a ese viaje en su corazón si hubiera una intención sincera y recta de seguir encontrando, de no renunciar, como mínimo, a lo que ellos son y a lo que hay escrito en su corazón y en la belleza del mundo. Creo que, en parte, cuando Jesús se puso a caminar con los discípulos que huían de Jerusalén tras la muerte del Maestro, de aquel en quien tenían puesta su esperanza, existía esta lógica de amor por el hombre, por cada hombre de carne y hueso, por cada persona. Cierto que Jesús entonces supo hablar, incluso corregir y orientar, pero no forzó sus pasos. Llegaron donde querían llegar. Seguían andando y alejándose aunque su corazón ardía por las palabras que recibían. Cierto que soportaron juntos el camino de su fracaso y de su tristeza, de la libertad que se prometían a sí mismos. Y llegaron a una casa. Y en la casa no quisieron encontrarse solos. Acogieron, sin saberlo, a Dios mismo, aquellos mismos hombres que querían alejarse de Dios.

Hoy estoy firmemente convencido de que muchos hermanos y amigos, y conocidos y desconocidos, agradecerían enormemente al menos una conversación y tiempo hablando sobre lo que ha significado para ellos su fe y cómo se encuentran respecto a Dios en este momento. De verdad. A lo mejor me engaño, pero no conozco a nadie que, en una situación de libertad sin imposición, no haya sentido el impacto de unas palabras frescas dichas sobre Dios, sobre la iglesia, sobre el Evangelio y no haya sentido entusiasmo y alegría en el corazón. Quizá el mejor modo para este espacio, y para esta conversación, sea dar una vuelta, un paseo, y romper algún que otro esquema de los que todos, tristemente, nos sentimos presa en algún momento. A lo mejor en la frescura, reconocemos el soplo constante del Espíritu en nuestra vida.

Autor: José Fernando Juan

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