sábado, 9 de febrero de 2013

LA IMPIEDAD Y LA REPUGNANCIA A LOS VICIOS...


...El Amor propio nos engaña...

...A la impiedad se llega por ciertos grados y casi nadie cae de repente en la extrema maldad.

Algunas personas hemos visto bien formados en el amor de Dios, los cuales, una vez formados, no han dejado de dar grandes muestras de su virtud pasada.

Aun en medio de su desdichada ruina; y, repugnando a los vicios presentes el hábito adquirido mientras vivían en caridad.

Ha sido difícil, durante algunos meses, discernir si tenían o no caridad, si eran virtuosos o viciosos, hasta que el tiempo ha dado claramente a conocer que estos ejercicios virtuosos no nacían de la caridad presente, sino de la caridad pasada.

No del amor perfecto, sino del amor imperfecto, que la caridad había ido dejando en pos de sí, como señal de haber tenido en aquellas almas su morada.

Ahora bien, este amor imperfecto es bueno de suyo, porque siendo hijo de la santa caridad y algo perteneciente a su cortejo, no puede ser sino bueno, y habiendo estado al servicio de la caridad, durante la estancia de ésta en el alma, está presto a servirla de nuevo, cuando vuelva, y, aunque no puede realizar los actos propios del amor perfecto, no, por esto, es despreciable, porque esta es la condición de su naturaleza.

Sin embargo, aunque este amor imperfecto es bueno en sí, es, empero, peligroso, pues muchas veces nos contentamos con él, porque, como que tiene muchos rasgos exteriores e interiores propios de la caridad, creemos que es ésta la que poseemos, nos complacemos en él y nos tenemos por Santos.

Y, en medio de esta vana persuasión, los pecados que nos han arrebatado la caridad crecen, aumentan y se multiplican tanto, que acaban por ser dueños de nuestro corazón.

El Amor propio nos engaña.

Por poco que nos apartemos de la caridad, forja en nuestra apreciación este hábito imperfecto, y nos complacemos en él, como si fuese la verdadera caridad, Hasta que algún rayo de luz nos hace ver que nos hemos engañado.

¡Dios mío! ¿No es lástima grande ver cómo un alma, que en su imaginación cree ser santa, y que vive tranquila como si tuviese caridad, descubre, al fin, que su santidad era fingida, que su reposo era un letargo y que su gozo era una ilusión?

Manera de reconocer el amor imperfecto

¿Por qué medio —me dirás—, podré distinguir si es la caridad o el amor imperfecto, el que me comunica los sentimientos de devoción que advierto en mí?

Si, examinando en particular los objetos de los deseos, de los afectos, de los planes que actualmente tienes, encuentras alguno que te lleva a contravenir a la voluntad y al beneplácito de Dios por el pecado mortal.

Entonces está fuera de toda duda que este sentimiento, esta facilidad y esta prontitud que tienes en el servicio de Dios, no procede de otra fuente que del amor humano e imperfecto; porque, si el amor perfecto reinase en ti, rompería con todo afecto, con todo deseo y con todo propósito, cuyo objeto fuese tan imperfecto, y no podría tolerar que su corazón se aficionase a él.

Pero ten en cuenta que he dicho que este examen ha de versar sobre los afectos actuales; porque no hay necesidad de imaginar los que pudiesen surgir después; basta que seamos fieles en las circunstancias del momento, según la diversidad de los tiempos, pues harto tiene cada hora su trabajo y cada día su pena.

Pero si alguna vez quieres ejercitar tu corazón en el valor espiritual, imaginando diversas luchas y asaltos, podrás hacerlo con provecho, con tal que después de estos actos de una valentía imaginaria, que tu corazón habrá realizado, no te juzgues por más valeroso que antes.

Ejemplo: Porque los hijos de Efrain, que hacían maravillas disparando el arco, en los simulacros de guerra que hacían entre sí, cuando llegó el momento de hacerlo de verdad, volvieron la espalda en el día del combate y no tuvieron pulso, ni siquiera para colocar las flechas en el arco, ni ánimo para mirar la punta de las de sus enemigos.

Luego, cuando ensayemos el valor, imaginando acontecimientos futuros o tan sólo posibles, si se levanta algún sufrimiento que arguye bondad y fidelidad, demos gracias a Dios.

Porque este sentimiento nunca puede dejar de ser bueno; pero, a pesar de ello, conservemos siempre la humildad entre la confianza y la desconfianza,

Esperando que, mediante el auxilio divino, cuando llegue la ocasión haremos lo que hubiéremos imaginado, pero temiendo, a la vez, que según nuestra ordinaria miseria tal vez no haremos nada y perderemos el ánimo.

Pero, si sentimos una desconfianza tan desmesurada, que nos parece que no tendremos ni fuerza, ni valor, y llegamos a caer en la desesperación, apropósito de imaginarias tentaciones, como si no estuviésemos en caridad y gracia de Dios.

Entonces hemos de hacer una resolución firme, a pesar del desaliento que sintamos, de ser fieles en todo cuanto pueda acontecemos, aun en las tentaciones que nos dan pena; y hemos de confiar en que, cuando lleguen, Dios multiplicará su gracia, doblará sus auxilios y nos ayudará cuanto sea necesario, pues el hecho de que nos parezca que no nos da fuerzas en una guerra imaginaria, no significa que no nos las de cuando llegue la ocasión.

Porque, así como muchos han perdido el valor en el combate, otros, en cambio, han cobrado unos alientos y una resolución en presencia del peligro y de la necesidad, que nunca hubieran sentido en su ausencia.

De la misma manera, muchos siervos de Dios, al representarse tentaciones no reales, se han espantado, hasta perder el valor, y, en medio de las tentaciones verdaderas, se han portado con la mayor valentía.

No es, por lo tanto, necesario, que siempre sintamos el valor que se requiere para vencer al león rugiente, que da vueltas en torno nuestro, buscando a quien devorar porque esto podría fomentar la vanidad y la presunción.

Basta que tengamos el buen deseo de combatir valerosamente y una absoluta confianza en que el Espíritu divino nos asistirá con sus auxilios, cuando la ocasión de emplearlos se ofreciere.

Al copiar este artículo favor conservar o citar la Fuente: EL CAMINO HACIA DIOS

www.iterindeo.blogspot.com

Publicado por Wilson f.

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